14 de septiembre
EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ*
Fiesta
- Origen de la fiesta.- El Señor bendice con la Cruz a quienes más ama.- Los frutos de la Cruz.
I. Por la Pasión de Nuestro Señor, la Cruz no es un patíbulo de ignominia, sino un trono de gloria. Resplandece
la Santa Cruz, por la que el mundo recobra la salvación. ¡Oh Cruz que
vences! ¡Cruz que reinas! ¡Cruz que limpias de todo pecado! Aleluia1.
La fiesta que hoy celebramos tiene su origen en Jerusalén en los
primeros siglos del Cristianismo. Según un antiguo testimonio2,
se comenzó a festejar en el aniversario del día en el que se encontró
la Cruz de Nuestro Señor. Su celebración se extendió con gran rapidez
por Oriente y poco más tarde a la Cristiandad entera. En Roma tuvo gran
solemnidad la procesión que, antes de la Misa, para venerar la Cruz3, se dirigía desde Santa María la Mayor a San Juan de Letrán.
A principios del siglo VII
los persas saquearon Jerusalén, destruyeron muchas basílicas y se
apoderaron de las sagradas reliquias de la Santa Cruz, que serían
recuperadas pocos años más tarde por el emperador Heraclio. Cuenta una
piadosa tradición que cuando el emperador, vestido con las insignias de
la realeza, quiso llevar personalmente el Santo Madero hasta su
primitivo lugar en el Calvario, su peso se fue haciendo más y más
insoportable. Zacarías, Obispo de Jerusalén, le hizo ver que para llevar
a cuestas la Santa Cruz debería despojarse de las insignias imperiales e
imitar la pobreza y la humildad de Cristo, que se había abrazado a ella
desprendido de todo. Heraclio vistió entonces unas humildes ropas de
peregrino y, descalzo, pudo llevar la Santa Cruz hasta la cima del
Gólgota4.
Es posible que desde niños aprendiéramos a hacer el
signo de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, en señal
externa de nuestra profesión de fe. En la Liturgia, la Iglesia utiliza
el signo de la Cruz en los altares, en el culto, en los edificios
sagrados. Es el árbol de riquísimos frutos, arma poderosa, que aleja todos los males y espanta a los enemigos de nuestra salvación: Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor,
pedimos todos los días al signarnos. La Cruz enseña un Padre de la
Iglesia «es el escudo y el trofeo contra el demonio. Es el sello para
que no nos alcance el ángel exterminador, como dice la Escritura (cfr. Ex
9, 12). Es el instrumento para levantar a los que yacen, el apoyo de
los que se mantienen en pie, el bastón de los débiles, la guía de
quienes se extravían, la meta de los que avanzan, la salud del alma y
del cuerpo, la que ahuyenta todos los males, la que acoge todos los
bienes, la muerte del pecado, la planta de la resurrección, el árbol de
la vida eterna»5. El Señor ha puesto la
salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo
origen la muerte, de allí resurgiera la Vida, y el que venció en un
árbol, fuera en un árbol vencido6.
La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes
maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad...
Hoy podemos examinar en nuestra oración nuestra disposición habitual
ante esa Cruz que se muestra a veces difícil y dura, pero que, si la
llevamos con amor, se convierte en fuente de purificación y de Vida, y
también de alegría. ¿Nos quejamos con frecuencia ante las
contrariedades? ¿Damos gracias a Dios también por el fracaso, el dolor y
la contradicción? ¿Nos acercan a Dios estas realidades, o nos separan
de Él?
II. La Primera lectura de la Misa7
nos narra cómo el Señor castigó al Pueblo elegido por murmurar contra
Moisés y contra Yahvé, al experimentar las dificultades del desierto,
enviándole serpientes que causaron estragos entre los israelitas. Cuando
se arrepintieron, el Señor dijo a Moisés: Haz una serpiente de
bronce y ponla por señal; el herido que la mirare, vivirá. Hizo, pues,
Moisés una serpiente de bronce y la puso por señal, y los heridos que la
miraban eran sanados. La serpiente de bronce era signo de Cristo en
la Cruz, en quien obtienen la salvación los que lo miran. Así lo
expresa Jesús en su conversación con Nicodemo, recogida en el Evangelio:
Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que
sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida
eterna en él8.
Desde entonces, el camino de la santidad pasa por la Cruz, y cobra
sentido algo tan falto de él como es la enfermedad, el dolor, la
pobreza, el fracaso..., la mortificación voluntaria. Es más, Dios
bendice con la Cruz cuando quiere otorgar grandes bienes a un hijo suyo,
al que trata entonces con particular predilección.
Muchas gentes huyen de la Cruz de Cristo como en
desbandada, y se alejan de la alegría verdadera, de la eficacia
sobrenatural que llena el corazón, de la misma santidad; huyen de
Cristo. Llevémosla nosotros sin rebeldía, sin quejas, con amor. «¿Estás
sufriendo una gran tribulación? -¿Tienes contradicciones? Di, muy
despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril:
»“Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente
ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las
cosas. Amén. Amén”.
»Yo te aseguro que alcanzarás la paz»9.
III. Cruz fiel, tú eres el árbol más noble de todos; ningún otro se te puede comparar en hojas, en flor, en fruto10.
El amor a la Cruz produce abundantes frutos en el
alma. En primer lugar, nos lleva a descubrir enseguida a Jesús, que nos
sale al encuentro y toma lo más pesado de la contradicción y lo carga
sobre sus hombros. Nuestro dolor, asociado al del Maestro, deja de ser
el mal que entristece y arruina, y se convierte en medio de unión con
Dios. «Si sufres, sumerge tu dolor en el suyo: di tu Misa. Pero si el
mundo no comprende estas cosas, no te turbes; basta con que te
comprendan Jesús, María, los santos. Vive con ellos y deja que corra tu
sangre en beneficio de la humanidad: ¡como Él!»11.
La Cruz de cada día es una gran oportunidad de purificación, de desprendimiento y de aumento de gloria12.
San Pablo enseñaba con frecuencia a los cristianos que las
tribulaciones son siempre breves y llevaderas, y el premio de esos
sufrimientos llevados por Cristo es inmenso y eterno. Por eso el Apóstol
se gozaba en sus tribulaciones, se gloriaba de ellas y se consideraba
dichoso de poder unirlas a las de Cristo Jesús y completar así su Pasión
para bien de la Iglesia y de las almas13.
El único dolor verdadero es alejarnos de Cristo. Los demás
padecimientos son pasajeros y se tornan gozo y paz: «¿No es verdad que
en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz,
cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y
se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?
»Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las
penas; solo la alegría de saberse corredentores con Él»14.
El trato y la amistad con el Maestro nos enseñan, por
otra parte, a ver y a llevar con una disposición joven, decidida,
alejada de la tristeza y de la queja, las dificultades que se presentan.
Las veremos, igual que han hecho los santos, como un estímulo, un
obstáculo que es preciso saltar en esta carrera que es la vida. Este
espíritu alegre y optimista, incluso en los momentos difíciles, no es
fruto del temperamento ni de la edad: nace de una profunda vida
interior, de la conciencia siempre presente de nuestra filiación divina.
Esta disposición serena, optimista, creará en toda circunstancia un
buen ambiente a nuestro alrededor en la familia, en el trabajo, con los
amigos... y será un gran medio para acercar a otros al Señor.
Terminamos nuestra oración junto a Nuestra Señora.
«“Cor Mariae perdolentis, miserere nobis!” invoca al Corazón de Santa
María, con ánimo y decisión de unirte a su dolor, en reparación por tus
pecados y por los de los hombres de todos los tiempos.
»Y pídele para cada alma que ese dolor suyo aumente en
nosotros la aversión al pecado, y que sepamos amar, como expiación, las
contrariedades físicas o morales de cada jornada»15.
1 Liturgia de las Horas, Antífona de Laudes. — 2 Cfr. Egeria, Itinerario, ed. preparada por A. Arce, BAC, Madrid 1980, pp. 318-319. — 3 Cfr. A. G. Martimort, La Iglesia en oración, Herder, 3.ª ed., Barcelona 1987, pp. 989-990. — 4 Cfr. P. Croisset, Año cristiano, Madrid 1846, vol. 7, pp. 120-121. — 5 San Juan Damasceno, De fide ortodoxa, IV, 11. — 6 Prefacio de la Misa. — 7 Num 21, 4-9. — 8 Jn 3, 14-15. — 9 San Josemaría Escrivá, Camino n. 691. — 10 Himno Crux fidelis. — 11 Ch. Lubich, Meditaciones, Ciudad Nueva, Madrid 1989, p. 32. — 12 Cfr. A. Tanquerey, La divinación del sufrimiento, Rialp, Madrid 1955, p. 18. — 13 Cfr. Rom 7, 18; Gal 2, 19-20; 6, 14; etc. — 14 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp, 2.ª ed., Madrid 1981, II. — 15 ídem, Surco, n. 258.
* La devoción y el culto a la Santa Cruz, donde Cristo
dio su vida por nosotros, se remonta a los mismos comienzos del
Cristianismo. En la Liturgia se tiene constancia desde el siglo iv.
La Iglesia conmemora hoy el rescate de la Cruz del Señor por obra del
emperador Heraclio en su victoria sobre los persas. En los textos de la
Misa y de la Liturgia de las Horas la Iglesia canta con
entusiasmo a la Santa Cruz, pues fue el instrumento de nuestra
salvación; si el árbol a cuya sombra pecaron de desobediencia nuestros
primeros padres fue causa de perdición, el Árbol de la Cruz es el origen
de nuestra salvación eterna.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor).
Meditación de Hablar con Dios
1 de agosto
SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO*
Memoria
— Su devoción a la Virgen.
— La mediación de Nuestra Señora.
— Eficacia de esta mediación.
I. El espíritu del Señor está sobre mí; por
eso me ha consagrado con la unción, me ha mandado anunciar a los pobres
la alegre noticia y a curar al que tiene el corazón herido1.
La larga vida de San Alfonso «estuvo llena de un
trabajo incesante: trabajo de misionero, de obispo, de teólogo y de
escritor espiritual, de fundador y superior de una congregación
religiosa»2.
Le tocó vivir un tiempo en que la descristianización iba en continuo
aumento. Por eso, el Señor le llevó a entrar en contacto con el pueblo,
culturalmente desatendido y espiritualmente necesitado, mediante las
misiones populares. Predicó incansablemente, enseñando la doctrina y
alentando a todos, con la palabra y con sus escritos, a la oración
personal, «que devuelve a las almas la tranquilidad de la confianza y el
optimismo de la salvación. Escribió entre otras cosas: “Dios no niega a
nadie la gracia de la oración, con la cual se obtiene la ayuda para
vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, y repito y repetiré
siempre mientras tenga vida recalcaba el Santo, que toda nuestra
salvación está en la oración”. De donde el famoso axioma: “El que reza
se salva, el que no reza se condena”»3.
La oración ha sido siempre el gran remedio de todos los males, la que
nos abre la puerta del Cielo. Ha sido esta una enseñanza continua de las
almas que han estado muy cerca de Dios.
San Alfonso procuró que los fieles cristianos
centraran su vida en el Sagrario, con una piedad íntima hacia Jesús
Sacramentado, dio una particular importancia a la Visita al Santísimo, y para facilitarla escribió un pequeño tratado4. Por la rectitud y hondura de su doctrina, especialmente en materia de Moral, fue declarado Doctor de la Iglesia5.
Este santo, tan preocupado por la formación de las
conciencias, comprendió que el camino que lleva a la pérdida de la fe
comienza en muchas ocasiones por la tibieza y frialdad en la devoción a
la Virgen. Y, por el contrario, la vuelta a Jesús comienza por un gran
amor a María. Por eso difundió su devoción por todas partes y preparó
para los fieles, y en especial para los sacerdotes, un arsenal de
«materiales para predicar y propagar la devoción a esta Madre divina».
Siempre ha entendido la Iglesia que «un punto enteramente particular en
la economía de la salvación es la devoción a la Virgen, Mediadora de las
gracias y Corredentora, y por ello Madre, Abogada y Reina. En realidad
afirma el Papa Juan Pablo II, Alfonso fue siempre todo de María, desde
el comienzo de su vida hasta su muerte»6.
También cada uno de nosotros debe ser «todo de María»,
teniéndola presente en nuestros quehaceres ordinarios, por pequeños que
sean. Y no olvidaremos jamás, y sobre todo si alguna vez hemos tenido
la desgracia de alejarnos, que «a Jesús siempre se va y se “vuelve” por
María»7. Ella nos conduce rápida y eficazmente a su Hijo.
II. San Alfonso murió muy anciano. Y los
últimos años de su vida permitió el Señor que fueran de purificación.
Entre las pruebas que padeció, una muy dolorosa fue la pérdida de la
vista. Y el Santo distraía las horas rezando y haciendo que le leyeran
algún libro piadoso. Se cuenta de él que un día, entusiasmado con el
libro que le leían, y no recordando al autor de tales maravillas,
preguntó quién había escrito tales cosas, tan llenas de piedad y de amor
a Nuestra Señora. Por toda respuesta, quien le acompañaba abrió el
libro por la portada y leyó: «Las glorias de María, por Alfonso
María de Ligorio». El venerable anciano se cubrió el rostro con ambas
manos, lamentando una vez más la perdida de la memoria8,
pero alegrándose inmensamente de aquel testimonio de amor a la Virgen
Santísima. Fue un gran consuelo que el Señor permitió, en medio de tanta
oscuridad.
Los conocimientos teológicos del Santo y su
experiencia personal le llevaron al convencimiento de que la vida
espiritual y su restauración en las almas se ha de alcanzar, según el
plan divino que Dios mismo ha preestablecido y realizado en la historia
de la salvación, a través de la mediación de Nuestra Madre, por quien
nos vino la Vida, y camino fácil de retorno al mismo Dios.
Dios quiere afirma el Santo que todos los bienes que de Él nos llegan, nos vengan por medio de la Virgen Santísima9. Y cita la conocida sentencia de San Bernardo: «que es voluntad de Dios que todo lo obtengamos por María»10.
Ella es nuestra principal intercesora en el Cielo, la que nos consigue
todo cuanto necesitamos. Es más, muchas veces se adelanta a nuestras
peticiones, nos protege, sugiere en el fondo del alma esas santas
inspiraciones que nos llevan a vivir con más delicadeza la caridad, a
confesarnos con la regularidad que habíamos previsto; nos anima y da
fuerzas en momentos de desaliento, sale en nuestra defensa en cuanto
acudimos a Ella en las tentaciones... Es nuestra gran aliada en el
apostolado: en concreto, permite que la torpeza de nuestras palabras
encuentren eco en el corazón de nuestros amigos. Este fue con frecuencia
el gran descubrimiento de muchos santos: con María se llega «antes, más
y mejor» a las metas sobrenaturales que nos habíamos propuesto.
III. La función del mediador
consiste en unir o poner en comunicación dos extremos entre los que se
encuentra. Jesucristo es el Mediador único y perfecto entre Dios y los
hombres11,
porque siendo verdadero Dios y Hombre verdadero ha ofrecido un
sacrificio de valor infinito su propia muerte- para reconciliar a los
hombres con Dios12.
Pero esto no impide que los santos y los ángeles, y de modo del todo
singular Nuestra Señora, ejerzan esta función de mediadores. «La misión
maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni
disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su
eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen
en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace de
su beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo»13.
La Virgen, por ser Madre espiritual de los hombres, es llamada
especialmente Mediadora, ya que presenta al Señor nuestras oraciones y
nuestras obras, y nos hace llegar los dones divinos.
Muchas de nuestras peticiones que no van del todo bien
orientadas, Ella las endereza para que obtengan su fruto. Por su
condición de Madre de Dios, Nuestra Señora entra a formar parte, de modo
peculiar, en la Trinidad de Dios, y por su condición de Madre de los
hombres tiene el encargo divino de cuidar de sus hijos que aún estamos
como peregrinos que se dirigen a la Casa del Padre14.
¡Cuántas veces la hemos encontrado en el camino! ¡En cuántas ocasiones
se hizo encontradiza, ofreciéndonos su ayuda y su consuelo! ¿Dónde
estaríamos si Ella no nos hubiera tomado de la mano en circunstancias
bien determinadas?
«¿Por qué tendrán tanta eficacia los ruegos de María
ante Dios?», se pregunta San Alfonso. Y responde: «Las oraciones de los
santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones
de Madre, de donde procede su eficacia y carácter de autoridad; y como
Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede rogar sin ser atendida». Y
para probarlo, recuerda las bodas de Caná, donde Jesús realizó su primer
milagro por intercesión de Nuestra Señora: «Faltaba el vino, con el
consiguiente apuro de los esposos. Nadie pide a la Santísima Virgen que
interceda ante su Hijo en favor de los consternados esposos. Con todo,
el corazón de María, que no puede menos de compadecer a los desgraciados
( ... ), la impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora
y pedir al Hijo el milagro, a pesar de que nadie se lo pidiera». Y
concluye el Santo: «Si la Señora obró así sin que se lo pidieran, ¿qué
hubiera sido si le rogaran?»15. ¿Cómo no va a atender nuestras súplicas?
Pedimos hoy, en su fiesta, a San Alfonso Mª de Ligorio
que nos alcance la gracia de amar a Nuestra Señora tanto como él la amó
mientras estuvo aquí en la tierra, y nos aliente a difundir su devoción
por todas partes. Aprendamos que con Ella llegamos antes, más y mejor a lo que solos no hubiéramos logrado jamás: metas apostólicas, defectos que debemos desarraigar, intimidad con su Hijo.
1 Antífona de Entrada de la Misa propia del Santo, Lc 4, 18; cfr. Is 61, 1. — 2 Juan Pablo II. Carta Apost. Spiritus Domini, en el II Centenario de la muerte de San Alfonso Mª de Ligorio, 1-VIII-1987. — 3 Ibídem. — 4 San Alfonso Mª de Ligorio. Visitas al Santísimo Sacramento, Rialp, Madrid 1965. — 5 Pío IX, Decr. Urbis et orbis, 23-III-1871. — 6 Juan Pablo II, loc. cit. — 7 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 495. — 8 P. Ramos, en el Prólogo a Las glorias de María, Perpetuo Socorro, Madrid 1941. — 9 Cfr. San Alfonso Mª de Ligorio, Las glorias de María, Rialp, Madrid 1977, V, 3-4. — 10 San Bernardo, Sermón sobre el Acueducto. — 11 Cfr. 1 Tim 2, 51. — 12 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 26, a. 2. — 13 Conc. vat. II, Const. Lumen gentium, 60. — 14 Cfr. Ibídem, n. 62; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 2-IV-1987, n. 40. — 15 San Alfonso Mª de Ligorio, Sermones abreviados, en Obras ascéticas de..., II, BAC, Madrid 1952, 48.
* San Alfonso Mª de Ligorio nació en Nápoles el año
1696. Obtuvo el doctorado en Derecho civil y en Derecho canónico,
recibió la ordenación sacerdotal y fundó la Congregación del Santísimo
Redentor. Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a la
predicación y publicó diversas obras, especialmente sobre la Virgen, la
Eucaristía, la vida cristiana, y de teología moral, materia por la que
fue nombrado Doctor de la Iglesia. Su dilatada vida constituye un
admirable ejemplo de trabajo, de sencillez, de espíritu de sacrificio y
de preocupación por ayudar a los demás a conseguir la salvación eterna.
Fue elegido obispo de Sant’Agata de Goli, pero algunos años después
renunció a dicho cargo y murió entre los suyos, en Pagani, cerca de
Nápoles, el año 1787.
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